El panorama para los artistas plásticos y profesionales de la imagen en todas sus facetas está difícil y lleno de obstáculos. Basta con observar la vida de los docentes de campos artíticos (Bachillerato Artístico, ciclos artísticos de grado medio y superior, licenciatura en bellas artes...). Quien más quien menos ha de actualizarse en aplicaciones digitales relativas a su actividad concreta o su campo docente específico (fotografía, ilustración, volumen, diseño gráfico...).
Lo curioso es que los de cierta generación, vimos cómo entraban las tecnologías analógicas y digitales en nuestros estudios artísticos. Los escogimos para no quedarnos atrás, para estar al día, con un sentido práctico, profesional, y descubrimos que a duras penas los responsables de impartirnos aquellas materias eran capaces de gestionar el mantenimiento de las mesas de edición de video (ya absolutamente obsoletas) o de los platós de fotgrafía (si es que disponíamos realmente de alguno)
Amparados en la novedad de las especialidades de Imagen, los profesores eran a menudo ajenos al mundo de los estudios artísticos, y, lejos de refrescar los aires del academicismo artístico, lo enrarecían aún más con un producto pseudotecnicista que no empatizaba con la mayoría de los que habían entrado en dichos estudios "por amor al arte". El resultado: ningún licenciado en Bellas Artes especializado en Imagen o en diseño era visto como un buen técnico para acceder al mundo de la fotografía, el cine, el diseño gráfico o el video, por su titulación académica. Casi mejor era ocultarla y demostrar tu valía en la praxis. No obstante, el título reza, en principio, una cierta capacitación para estos medios que en realidad nadie nos había facilitado, ni a través de unos medios adecuados (argumento más frecuente entre nuestros profesores) ni a través de esfuerzo alguno por parte de los responsables docentes, quienes se adaptaban al perfil medio del estudiante de bellas artes, ni de letras ni de ciencias, interesado por muchas cosas y dedicado aplicadamente a casi nada, y se limitaban a desarrollar con mayor o menor fortuna unos contenidos lejos del alcance de la mayoría de los participantes.
Sin embargo, hoy día, algunos de aquellos estudiantes han llegado al mundo de la docencia y se encuentran prolongando esa desigualdad entre las aspiraciones de los programas académicos, la capacidad y preparación de los docentes para desarrollarlos y las aptitudes/actitudes y escasa preparación previa de sus alumnos, con el agravante de la brve vigencia de los recursos digitales para cada diferente actividad. Nos pasamos la vida intentando actualizarnos para ser dignos de nuestras plazas docentes, siempre con la sensación de estar unos pasos atrás, habiendo demostrado muchos nuestra valía en el terreno profesional "de verdad" y aprendiendo algunos los recursos propios de la simulación académica, por no hablar de los múltiples contenidos posibles según las muy diferentes especialidades que nos podemos llegar a ver obligados a impartir. Nos pasamos años resolviéndonos por nuestra cuenta todos estos problemas, y de paso solventando un servicio cultural, académico y profesional de carácter público, hasta que un buen día, nuestros superiores invisibles e inaudibles deciden que es hora de demostrar que éramos dignos o no de cobrar nuestros sueldos y aprobar unas opsiciones largamente esperadas (no sé por ni para qué).
El verano del 2008, después de años de resolver dicha papeleta al ministerio de educación, éste pone en duda su antigua y por lo visto irreflexiva decisión y nos lleva a ese extraño cadalso difrazado de gincana psicológica.
Que Dios nos coja confesados.